miércoles, 29 de julio de 2009

Todo empieza por algún lado...

...y en mi caso empezó con las guitarras, a diferencia de otros que empiezan por el talento o la práctica.

La primera que agarré fue la criolla de concierto que había en casa de mi madre. Lindo aparato, lástima que el tiempo le agenció un cierto pandeo en el mástil y una laceración en el costado de la caja.

La siguiente fue otra criolla que conseguimos de regalo por tener un aparato para medir el rating en casa. Aunque de bastante menor calidad que la anterior, la negra, con la que aprendí a reasguear los primeros acordes, fue la que me acompañó al sur en mi primer viaje de mochila y a varias guitarreadas y fogones más.

En algún momento también agarré una eléctrica que había en casa, la cual me sirvió para agarrarle el gustito a las cuerdas de metal y al sonido enchufado.

Algo de tiempo después, apilando pesos de a muy poquitos, me compré en una casa de usados de Constitución a la que fue mi primera eléctrica, y la primer guitarra que compré jamás. Me costó $70, y me acompañó en los primeros tiempos de sala de ensayo. Saca un sonido bastante grave, y el mango tiene el ancho de un poste de luz.

Un tiempo jugué con esa, pero con el trabajo me llegó la posibilidad de comprar una guitarra más decente, y habiendo tocado en la sala de ensayo de la calle Entre Ríos una Les Paul marca Encore fui hasta Talcahuano, y me compré una cuasi-Les Paul Samick usada. Digo "cuasi" porque a diferencia de la Encore y de la mayoría de las Les Paul que andan dando vueltas (incluyendo a las Gibson) mi acaramelada guitarra tiene el mango atornillado y no encolado.

La siguiente me la regalé para un cumpleaños: una preciosa Epiphone SG color cereza (en adelante, La Colorada). Entró el mismo día que yo al departamento de la calle Paraguay, y me acompañó a infinidad de ensayos: con los que eventualmente seríamos MV; con Diego, Juan y Nacho; incluso un par de veces sonó en el palier de la FIUBA acompañando a Alejandro.

La siguiente vino para fines de año 2007. Era una época en la que estaba laburando mucho y me escapé de la oficina a buscarla el día en que se decidió la fecha de salida a producción del sistema que estábamos desarrollando. Es 'la morocha canosa' una clásica Fender Stratocaster negra y blanca salida de la factoría que tienen esos pibes en México. Es una seda: dócil y fácil de tocar, y por el mismo precio se copa a casi cualquier estilo. Hoy por hoy es mi eléctrica de cabecera, aunque con sus 21 trastes no alcanza a la última nota del solo de "No more lonely nights" sin estirar (la colorada se copa en ese caso).

La última integrante de la familia es una electroacústica de cuerdas metálicas marca 'Texas'. A mi inexperto y sordo oído suena bárbaro. Me sirve para guitarrear a lo loco en trasnoches de reuniones, y para enchufar en la sala.

Fuera de esta lista han quedado el bajo Faim y el charango Patagua (made in Purmamarca) no sólo por no ser guitarras, sino porque me cuesta siquiera sacarles algún sonido decente.

Time'll tell.

3 comentarios:

g. dijo...

La "colorada" y la "canosa" siempre me cayeron sumamente bien. Aunque no me cae bien cuando esos dos terminos se juntan.

(Sí, a veces repito lo que dije antes y en otro lado).

Me acuerdo ahora de una guitarra eléctrica que habíamos visto en una casa de empeño en Laprida, que a vos te había copado que tenía unos botones muy raros e inutiles.

Saludos.

Gustavo dijo...

¡Cierto! Tenía una silueta muy loca y teclas como de luz.

Anónimo dijo...

Que bueno que esas guitarras fueron compradas en lugar donde se puede comprobar su procedencia, y que no son robadas, ni que para robar las guitarras violaron a menos. Que suerte